jueves, 30 de septiembre de 2010

- III -

Como cada mañana Jorge, iniciaba su ronda por todo el pueblo. Era cartero desde los doce años, cuando acompañaba a su padre con el caballo casa por casa. Ahora las cosas se habían modernizado, pero él no había perdido la costumbre de visitar cada hogar para recoger las cartas de los habitantes, muchas de las cuales iban dirigidas a familiares que habían emigrado a la ciudad. Era de agradecer ya que muchos de los que vivían ahí eran ya gente mayor que apenas podía moverse dentro de su hogar, mucho menos ir a pie la larga distancia que los separaba del buzón de correo más cercano.


Pese a ser el también muy mayor y no haber tenido descendencia que le sustituyese, disfrutaba caminando por las callejas de piedra cuando hacía sol y luchando por no resbalarse cuando llovía, cosa que era muy habitual. Cada día cumplía su cometido. En su saco se juntaban cartas que narraban la morriña de alguien hacia sus seres queridos, o la alegría por saber que su familia contaba con un miembro más. Sin él, todos esos sentimientos se quedarían encerrados en el pueblo y lo harían un sitio sombrío y solitario.
La desgracia era que aquellas gentes olvidadas no solían recibir respuesta alguna, pero como gente luchadora, jamás cesaban en su empeño de hacer saber a los demás lo mucho que los amaban. Aunque esto le entristecía, el hecho de poder ayudar en esta empresa, era la mejor recompensa que Jorge podía recibir por su esfuerzo.


Por el contrario, en correos no estaban tan contentos. Cada día llegaba un saco lleno de cartas humedecidas y en blanco. Algunos de los trabajadores decían que provenían del antiguo pueblo hundido, aquel que se perdió cuando se desbordó la presa, pero procuraban no pensar mucho en ello.


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miércoles, 29 de septiembre de 2010

- II -

– Es fácil – me dijo –. Sólo tienes que tirar de esta palanquita hacia atrás.
Yo, que apenas era un saco de huesos, me tambaleé bajo el peso del arma. Nunca antes había tenido una en mis manos, y su frío tacto me provocó un ligero escalofrío.
– Primero apunta a la lata. Tienes que hacer que el palito de la punta coincida con lo que apuntes.
Levanté el rifle, y aprisioné la culata bajo mi axila para que el cañón dejara de temblar. Acto seguido, hice lo que me dijo. La pulsión me cogió completamente desprevenido, haciéndome volar medio metro hacia atrás. Caí de espaldas al suelo, y mi caja torácica hizo un ruido grave al chocar contra la tierra. Me costaba respirar. Empezó a reírse, y arrancó el rifle de mis manos. Yo me incorporé con dificultad, e intenté divisar si mi bala había impactado en el blanco. Me puse en pie de repente.
– Déjamelo probar otra vez, por favor. Sólo una vez más.
Se giró, y sonrió. Me lanzó el arma.
– Sólo una vez más.
Volví a la posición anterior, esta vez preparado para recibir el retroceso. No estaba preparado, sin embargo, para las ansias que de repente me golpearon. Imaginé -o eso creía- que me giraba, le miraba fijamente a los ojos, y le disparaba en la cabeza. Y cuando me di cuenta, el extremo de mi cañón jugueteaba con el ancho agujero humeante que se alojaba en el centro de su cara. Lo que quedaba de sus ojos me miraba, confundido y sorprendido a la vez.
En las semanas siguientes, no sentí remordimiento alguno. A decir verdad, no sentí nada. Ahora quizá me arrepiento.

martes, 28 de septiembre de 2010

- I -

- Ahí está otra vez… No hay forma de librarnos de esa maldita cámara… - K32 daba manotazos al aire sabiendo que sus esfuerzos serían infructuosos. Mientras, L12 se frotaba la cabeza calva mientras apoyaba su cuerpo en la pared.


-  Prefiero la cámara a sus visitas. La verdad es que se me revuelve el estómago cada vez que los veo… Estoy cansada de tener que amarte delante de esos ojos. Te quiero a ti, y mi amor solo es para ti, no para ellos – comenzó a llorar.

Él la abrazó consolándola y le susurró al oído palabras que esas paredes blancas no podían oir, y seguramente jamás comprender.

-   Se lo que vamos a hacer. Solo cógeme la mano. Vayamos al Jardín.

K32 cogió fuertemente a L12 y la arrastró a tal velocidad que esta creía que volaba. Las caras de los demás inquilinos se volvían borrones a su paso. Se pararon al final del largo pasillo que dividía el carguero en dos secciones Gamma y Lambda. En la primera se encontraban los pequeños apartamentos equipados con cama y aseo. En la segunda estaban los puestos de control y natalidad. Las paredes de ambas secciones eran de un cristal duro como el diamante que permitia ver lo que sucedía en el interior de cada sector. No era algo inusual ver a alguien en paños menores, nadie se sobresaltaba ni se turbaba.  Al final del pasillo estaba la puerta que daba a un hermoso jardín, igual que los de la tierra. Con plantas verdes y flores brillantes y fragantes.
-   ¿por qué venimos aquí? También hay cámaras – Su cabecita calva parecía a punto de estallar.
-   Mira las flores, que bellas… A ellas no les importan las cámaras. Se fertilizan unas a otras, se enredan entre ellas y mueren. Pero yo no puedo, soy demasiado egoísta. 
Caminaron mientras L12 guardaba en su memoria todos los olores dulces y figuras abstractas que formaban las plantas. K32 aparto ligeramente unos setos y mostró una puerta negra cerrada herméticamente
-   ¿Ves esa puerta? L56 y yo la usamos el anterior ciclo para hacer el mantenimiento de los conductores de oxígeno exteriores. Da a una cabina de despresurización… ¿sabes lo que significa?
Los ojos de ella se llenaron de lágrimas y se apretó al pecho de él, que la beso en la cabeza. Abrió la puerta sin dudarlo un segundo, provocando que saltaran las alarmas.
-  “ Kritch Esg traugiok, Ioptrp Rushk traugiok”
Se comenzaron a  escuchar pasos acelerados acercandose al jardín. Ambos miraron asustados aunque conocían lo que verían. La guardia corría hacia ellos con sus miembros babosos y bamboleantes sujetados por los trajes compresores que evitaban que sus cuerpos se desparramasen por el peso de la presión atmosférica de la nave. K32 y L12 entraron en la cabina blanca y cerraron la puerta justo en el instante en que uno de los guardias disparó su arma en una de las extremidades de L12 dejando que la sangre anacarada inundase el suelo. Esta cayó y gimió.  Su pareja la abrazó y se besaron justo antes de que la mano de K32 dejase abierta la puerta que los envió a la infinita intimidad que congeló las lágrimas de ambos al instante.





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Por mucho que se esfuerce el “creatio ex nihilo” en demostrar lo contrario “creatio ex materia” lo contradice, y es que “ex nihilo nihil fit” porque no podemos demostrar que el tiempo surgió, ni el universo.
Igual que nada surge de la nada, los relatos surgen de una pequeña idea o imagen, en ocasiones de un recuerdo borroso o de uno que ya habíamos, paradójicamente, olvidado. Por eso conviene capturarlos y plasmarlos en cuanto estén cerca, para que no vuelvan a escapar. Si alguien los encuentra, algo surgirá de esa semilla y el ciclo seguirá y seguirá.
Creamos este pequeño espacio, una cárcel para estas historias que serán devoradas en dos minutos y medio, medio más, medio menos.