domingo, 19 de diciembre de 2010

- VIII -

Alea era mi vida, su sonrisa lo iluminaba todo.
Entre sus brazos me acunaba, me negaba a sentirme solo.
Por su alegría la amaba
Pero ahora se que solo jugaba a buscar sus esperanzas en otros.
Como una maldita absorbió mi alma.


Ahora se que tras su sonrisa se ocultaba la culpa.
Pues cuando el sol se ponía, mi niña era atormentada.


La pequeña Alea soñaba sueños dulces con hebras de oro
Iluminaban su camino, y entonces la luz se apagaba,
Su perra, Suerte, le daba la luz de sus ojos
Cuando el sol surgía, Alea anunciaba con su dulce tono:
“Esta noche otra hebra de oro se ha roto”
Y era feliz de nuevo, volvía a iluminarlo todo.


Al ponerse el sol, mi vida cambiaba.
Volvía a ser la dichosa Alea amargada.


Un día la descubrí, ahogada en sollozos
“He buscado las hebras de oro,
En mi pecho he buscado el calor y solo he encontrado un demonio,
Me cierra los ojos con sus garras de oro.”


“Mi Alea, alma mía, yo te daré el calor de mi vida.
Lucharé contra tus demonios, ya sea o no uno solo.
Tus sueños ya no serán de dulzura y tormento.
Permíteme entrar en tu pecho”
Y al mirar donde debiera estar su corazón encontré una gran herida
Pude ver como la triste Suerte la lamía.


Yo desesperado, Suerte rendida, y ahora era Alea quien sonreía.
Por el ventanal despuntaba el calor del día, y ella anunció en su dulce tono:
“Esta noche otra hebra de oro se ha roto”

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