viernes, 1 de octubre de 2010

- IV -

Le gustaba mucho el chocolate, tanto que pasaba todo el día comiéndolo. Cuando iba a hacer la compra, procuraba contar con todas las marcas disponibles. Los huevos y la leche eran secundarios.

Su mujer ya estaba harta. En su despensa apenas había nada comestible que no tuviese un alto contenido en azúcar y un tanto por ciento de cacao. Por mucho que le gritara, su marido no cesaba en su obsesión. Se estaba volviendo una situación insostenible. A causa de sus hábitos, él apenas cabía en la cama. Ella recordaba con nostalgia cuando se casaron, como hacían deporte  juntos, sus noches apasionadas. Era  desesperante, ahora ni siquiera podía mirarlo a la cara. Lo amaba, sí, pero su enorme cara de pan aceitoso, antes con unos rasgos masculinos y marcados, le revolvía el estómago. No se consideraba una persona superficial, pero eso la superaba. Él la quería con locura, casi tanto como al chocolate (aunque hay una laguna en esa suposición) y la deseaba casi tanto como a la crema de cacao, pero ella no se le acercaba.

Un día, la amante y desnutrida esposa decidió hacer un sacrificio por su marido el día de su aniversario. Regalarle una noche de placer. Para ello se tumbó en la cama totalmente desnuda <<Mi amor, soy toda para ti. Te amo, hazme lo que quieras>>  a continuación se vendó los ojos.
El no pudo contener una erección instantánea y su mente comenzó a hervir de deseo  <<hazme lo que quieras>>. Ella estaba tan deliciosa y sugerente como una barrita de Toblerone, pero le faltaba algo.
Entre la amalgama de ideas sucias de su mente se vislumbró el resplandor de una lucecita. Fue corriendo a la cocina, se quedó atascado en la puerta pero era ya algo normal así que se desencajó y logró coger un tarro tamaño industrial con crema de chocolate con leche.

Fue a la habitación y comenzó a recubrir sensualmente a su mujer con el ungüento. Ella se estremecía con las caricias imaginando que era el hombre que un día fue. Una vez totalmente recubierta, la empezó a lamer centímetro a centímetro, pasó a esas manos que tantos buenos momentos le habían regalado, o dios, como le excitaba eso, como le abría el apetito.  Comenzó con mordisquitos que a ambos divertían y excitaban, hasta que al fin se entregaron ambos a sus pasiones. 

Ese fue el día más feliz de su vida. Al fin pasó una noche con su mujer, y probó el mejor chocolate del mundo “chocolate con amor”. Su mujer se divorció, el hecho de que su marido se comiera uno de sus brazos fue la gota que colmó el vaso.   


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