jueves, 29 de diciembre de 2011

-XV-



"Hoy, vivimos en una sociedad que solo sabe hablar de sí misma. Vivimos agobiados y condicionados por nuestros miedos… pero confía en que un día, los pocos que miran al cielo ilusionados, transmitan a las futuras generaciones su pasión. Serán ellos, aquellos que no miran su ombligo si no a las estrellas, los que narren las historias más hermosas"


Y esas serán las palabras de los padres, dichas a ellos por sus abuelos, que a su vez fueron transmitidas por sus propios abuelos. Y así, de hijos a hijos, un día, un niño curioso crecerá y descubrirá grabada en las piedras de un planeta lejano una crónica de amor y guerra, y en ella leerá estas palabras:


"A los viajeros me dirijo, a vosotros que sois los niños del universo. Tibisay la anciana me llaman, y de buen saber os digo que donde ahora hay ruinas, se alzó una ciudad hermosa y de majestad sin igual.
Melina es el nombre de la tierra que pisáis, tierra que dio a luz unos hijos arrogantes llamados Febo y Vernón, cada uno gobernante de su casa. Ambos dividieron el mundo en dos y enseñaron a sus vasallos a odiarse para beneficio de su propio deseo de ser  señor de un mundo que no les pertenecía. Midieron fuerzas y derechos durante años, pero no fueron ellos los que derramaron la primera gota de sangre.
El pueblo de Melina estaba tan confuso, tan lleno de desprecio, que un día, un hermano mató a un hermano solo por comerciar con el otro lado de la frontera que delimitaba el territorio de ambas casas.
De esa forma tan cruel, comenzamos a luchar entre nosotros durante tantas generaciones que el motivo se olvidó. Los guerreros engendraron guerreros y el significado de la palabra compasión y perdón se debilitaba a cada nuevo nato.
Las tierras que por entonces habían sido fértiles, ahora eran envenenadas y bombardeadas… ya nadie se dedicaba al cultivo ni a cuidar del ganado. Herreros eran la mayoría, y si no, soldados. Y una lid no da de comer a un pueblo agotado.


Siglos después de ese desdichado momento en el que se olvidaron los lazos de sangre, las casas regentes contaron con nuevos herederos con el peso de levantar el nombre de su linaje y devolverle al mundo la vida que sus antepasados le habían robado.
Cuando Melina ya no pudo beber tanta sangre y la muerte ganaba a la vida, ambos descendientes de tan altas casas decidieron una última y gloriosa batalla donde uno de los dos caería, poniendo fin a una guerra que había durado demasiado.


El día escogido para la ofensiva ambos ejércitos se lanzaron sedientos de victoria y paz, y es ahí cuando ambos capitanes se miraron a los ojos por primera vez.
Se enfrentaron ambos con honor, mano a mano, con los soldados expectantes a su alrededor.
En una estocada, Agenor, hijo de la casa de Febo, cayó y quedó a merced del acero de la heredera de la casa de Vernón. Con sorpresa y rabia, esta última palideció cuando miró al enemigo derrotado a sus pies, y encontró en sus manos una astillada espada de madera.


<<Lider sin orgullo, ¡Mancha de tu linaje!>> le llamó  <<¿Que acaso no deseas el narrar de tu victoria, y que el nombre de tu perdure para la eternidad?¿No deseas la grandeza de, con mi sangre, traer la paz a este mundo agotado?>> y con rabia lanzó la espada que lo atenazaba bien lejos, pues  esa muerte sería una mancha innoble en sus manos.
<<No>> contestó él  <<Durante años, ataviado como un mendigo, he paseado por tus calles. Al principio quería conocer a mi adversario y todas las debilidades de su pequeño mundo. Quería jactarme de la decadencia de los tuyos, pero un día, mientras andaba renqueando cerca de tu palacio, te me acercaste. Te conté una triste historia en la que unos hijos falsos morían de hambre, y una desesperada esposa inexistente lo hacía de pena. Tú, en tu bondad, me diste carne de tu mejor ganado y las ropas más calientes. Y después de mi, fuiste casa por casa, repartiendo tus bienes y sufriendo por las heridas en el alma de cada uno de los tuyos. Tu pueblo muere igual que el mio, pero tú mueres con él, mientras yo en mi orgullo poseía la vida eterna. Así, reniego de la inmortalidad de mi nombre, y me arrodillo ante ti, Señora  de Melina. >>


Ante estas palabras, la que a partir de ese momento sería gobernante, ofreció a Agenor el perdón y la absolución de los errores de sus abuelos, pero él se negó. Como un ermitaño, abandonó el planeta sólo con la vergüenza de su propio orgullo egoísta y la de aquel Febo que murió mucho antes de que él naciera y por el capricho del cual empezó una guerra. En el personificó los errores del pueblo, y con su vagar eterno y sin rumbo, sería él quien llevara tal deshonor a las estrellas para que su brillo purificase a cada uno de los habitantes de Melina.


Mientras estas líneas son escritas, muchos miran a las estrellas, y honran al hijo de Febo para que limpie sus errores. Y cuando ellos rezando, soy yo quien agacha la cabeza, y susurro para mis adentros el nombre del hombre e imploro que me de fuerzas para mantener la paz que de su sacrifico surgió al poner su vida en mis manos.


                                                                                                                       Tibisay de Vernón "




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1 comentario:

  1. Bonita historia, me ha gustado especialmente el mini-prologo... el cual se puede aplicar a la sociedad actual!

    Continua el buen trabajo!

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